POR PEDRO ARTURO GÓMEZ*
La primera película argentina sobre una invasión tal vez extraterrestre es la deplorable Extraña Invasión, perpetrada por el prolífico e irredimible Emilio Vieyra, que data de 1965, cuatro años antes de la célebre Invasión, de Hugo Santiago, con guion de Borges y Bioy Casares, en la que la ciudad de Buenos Aires se llama Aquilea, mientras el film de Vieyra se desarrolla en la localidad bonaerense de El Palomar maquillada como un pueblo estadounidense. En contraste, sin maquillaje ni alias alguno, bajo el manto de una nevada tan insólita como mortífera, la urbe porteña y sus alrededores aparece como territorio a merced de fuerzas alienígenas en El Eternauta, la historieta de H. G. Oesterheld y F. Solano López, publicada originariamente por entregas entre 1957 y 1959, en la Revista Hora Cero.
Obra consagrada luego como una de las cumbres de la narrativa ficcional argentina, El Eternauta fue la fundadora en este país de la ciencia ficción literaria emancipada con total nitidez del género fantástico También fue precursora de los valores creativos que tiempo después conducirían al reconocimiento de la historieta –devenida en “novela gráfica”- como literatura plena, no una literatura marginal ni sólo “literatura dibujada”, como la bautizó la mirada visionaria de Oscar Masotta a fines de los electrizantes años 60. Nacida en el seno de la cultura de masas, la creación de Oesterheld y Solano López surgió en tiempos de la guerra fría, una era histórica que en Estados Unidos –centro de la producción literaria y cinematográfica en ciencia ficción- impregnó estos universos ficcionales de paranoia y persecución ideológica. Este particular clima de época se expresa -ya sea de forma voluntaria o a la manera de síntoma- en un aluvión de películas como La tierra contra los platillos voladores (Fred F. Sears, 1956), La invasión de los profanadores de cuerpos (Don Siegel, 1956) y La mancha voraz (Irvin Yeaworth, 1958), donde la invasión extraterrestre puede interpretarse como una manifestación del miedo ante la amenaza de cierto planeta rojo, que no es tanto Marte como la Unión Soviética.
Por su parte, el contexto de Argentina en el que se inicia la publicación de El Eternauta es la dictadura militar engendrada por el golpe de Estado conocido como la “Revolución Libertadora”, que derrocó en 1955 al Gobierno constitucional de Juan Domingo Perón. Cuánto de la atmósfera de ese régimen dictatorial permea las aventuras del icónico personaje es materia de discusión, pero la configuración de Juan Salvo como representante de la heroicidad colectiva alienta una lectura en clave simbólica. En 1969, la censurada aparición en la revista Gente de una reelaboración de la historieta original, en la que Oesterheld pone el dibujo en manos del gran Alberto Breccia, arroja evidencias de una acentuación explícita del “mensaje” político en el guion, acompañado por la audacia experimental del expresionismo gráfico. En esta versión, Estados Unidos, Rusia y otras potencias, para protegerse negocian con los invasores que su objetivo sea Sudamérica. Un diálogo entre Juan Salvo y Favalli fija posición ante este arreglo:
- ¿Cómo es posible? ¿Cómo los grandes países van a abandonarnos así?
- ¿De qué te extrañas, Juan? Si en verdad los grandes países nos tuvieron siempre atados de pies y manos… El invasor eran antes los países explotadores, los grandes consorcios…Sus nevadas mortales eran la miseria, el atraso, nuestros propios pequeños egoísmos manejados desde afuera… Por nuestra propia culpa sufrimos la invasión, Juan. Nuestra culpa es ser débiles, flojos. Por eso nos eligió el invasor. ¡En la manada, el animal enfermo y sin fuerzas es el que atrae al león!… El león caza al débil, nunca al fuerte.
Este postulado anticipa la radicalización de pensamiento y acción que abraza Oesterheld, puesta de manifiesto tanto en su ingreso a las filas de Montoneros como en los contenidos de El Eternauta II, secuela publicada en la revista Skorpio entre 1976 y 1978, que trae otra vez a Solano López como dibujante. En este período, ya instaurada la dictadura cívico militar que se extendería hasta 1983, el escritor ha pasado a la clandestinidad, situación desde la cual hace llegar sus guiones a la editorial. Al año siguiente del inicio de esta nueva publicación, donde Juan Salvo se impone como un caudillo enfervorizado dispuesto a sacrificar cualquier vida –incluida la de su esposa e hija- para derrotar al enemigo, Oesterheld es secuestrado y desaparecido por las huestes del terrorismo de Estado. Víctimas de secuestro y asesinato perpetrados por el aparato dictatorial son también sus cuatro hijas, dos de ellas embarazadas, junto con tres de sus yernos. Vida y obra se entrelazan en la tragedia de la violencia política.
Casi siete décadas después de los primeros pasos bajo la nevada mortal, tras numerosas reediciones y continuaciones, además de varios intentos frustrados de adaptación cinematográfica, El Eternauta –devenido ya en emblema nacional del arte historietístico- regresa en formato de serie televisiva, para transformarse en suceso de audiencia masiva a nivel global, cimentando ahora de manera contundente la ciencia ficción audiovisual argentina. Al mismo tiempo, este regreso hizo de la novela gráfica original la obra más requerida en la reciente Feria del Libro de Buenos Aires, y fenómeno de ventas que –unos cuantos días después del estreno de la serie- agotó los ejemplares de la historieta en locales de expendio de todo el país. En la cresta de esta ola, la realización de Bruno Stagnaro protagonizada por Ricardo Darín –con la solvencia actoral de una estrella que no se devora al personaje- se convirtió en centro al rojo vivo del hormigueo digital de las redes sociales, tópico recurrente de conversaciones cara a cara y eje ineludible del tratamiento mediático.
Pero hay una dimensión de El Eternauta que inevitablemente se recarga en la arrolladora intensidad de este volver, porque es parte fundamental de su núcleo original de sentido: su magnitud política. Este retorno hace que se potencien las posibles irradiaciones simbólicas de la obra, en el contexto de inculcación celebratoria del individualismo promovida por el ascenso de las ultraderechas, tendencia que contradice el lema popularizado por la serie “nadie se salva solo”, en el cual resuena la lógica de la heroicidad colectiva. Por supuesto, se trata de una producción de sentido objeto de disputa por parte de una y otra comarca ideológica, a pesar de la flagrante incongruencia de los intentos de apropiación cometidos por algunos especímenes libertarios, tan insostenibles como las tonterías con las que este mismo sector pretende desacreditar la serie, en los remanidos ejercicios de inconsistencia intelectual de sus hordas de trolls y haters. No obstante, se trata de una condición inherente a todo signo: la multiplicidad de interpretaciones, incluidas las aberrantes porque quizá éstas contribuyan a atizar las fogatas de la discusión, sin que falte el combustible de la argumentación sólida.
Y es que, sin duda alguna, El Eternauta y su mitología son un signo, un auténtico núcleo de significación que viaja a través del tiempo, como Juan Salvo, removiendo la borra del pasado, el presente y el futuro, dispositivo de aceleración de partículas de sentido que movilizan la interpretación encarnada en las subjetividades históricas. Todo esto se puede decir mientras este viajero transtemporal revestido de identidad cultural argentina –ese nervio identitario tocado por los temas musicales, hábitos y espacios cargados de argentinidad que habitan la serie- reaparece hoy sin cesar en memes, viñetas, videos, intervenciones gráficas, imágenes generadas por la I.A. y demás piezas que proliferan en los circuitos digitales, como expresiones del ocio creativo, de luchas sociales, de renovada apelación a la memoria, la verdad y la justicia, de contestación y resistencia en tiempos de barbarie institucionalizada.
La batalla cultural es permanente, nunca del todo ganada ni del todo perdida. Es así que Juan Salvo se nos aparece ahora, mientras allá afuera cae la nieve de la crueldad.
*Pedro Arturo Gómez es Docente de la Escuela de Cine y de la Carrera de Ciencias de la Comunicación de la Universidad Nacional de Tucumán. Crítico de cine.