POR ANA LUISA COVIELLO* I Una reflexión semiótica sobre el lenguaje no binario
Si algo hemos aprendido con la emergencia del fenómeno social del lenguaje no binario es que la lengua es política. La lengua es política y es de sus hablantes, no de la Real Academia Española, institución colonial que pretende erigirse como autoridad única y exclusiva para mentes acostumbradas a la subordinación, ni tampoco de la “masa hablante”, sea lo que fuere eso a lo que se refería el Saussure del Curso de Lingüística General con ese concepto tan elusivo.
El lenguaje no binario es un fenómeno político que depende de la voluntad de los hablantes y se da en la sincronía, esto es, en el momento mismo en que los hablantes de una comunidad lingüística ponen en práctica una lengua. Que la voluntad de los hablantes incida en el sistema y que el cambio se dé en la sincronía son fenómenos inimaginables para la teoría saussureana, en la que la lengua es un sistema abstracto de signos de diccionario, no una disputa de enunciados tal como se da en los flujos interpretativos.
El lenguaje no binario expresa desacuerdo con una convención: en un marco ideológico, el morfema de género masculino no expresa valor neutro. Y ya solo esta reflexión rompe con la idea de lengua única y homogénea. Excede incluso la idea de variación lingüística tradicional. Ya no es sólo el habla, la lengua se revela también como heteróclita y multiforme. Todo un cachetazo a la teoría saussureana.
Para el otro padre de la Semiótica actual, Charles S. Peirce, la idea de representación es fundamental en la conceptualización de signo y de semiosis. ¿Qué representa el lenguaje inclusivo en los flujos interpretativos? La −e− y la –x− en discordia representan a su objeto, que es otro signo. Siguiendo las interpretaciones de los colectivos que las usan, esa –e−, esa –x–, están en lugar de la voluntad de disidencia de quienes no se sienten incluidos en la gramática binaria del castellano, que remite al femenino y al masculino. Hay allí una disconformidad con el encasillamiento del género en esos dos polos, de los que algunos huyen por no sentirse representados en su identidad. He ahí otra representación. Sin embargo, esos morfemas no representan lo mismo para todos. Para colectivos que encuentran ridículo el uso de la –e− y la –x− o se niegan a aceptar que otros los utilicen, representan una “ideología de género” (así la llaman) contra la cual se manifiestan. Las representaciones no se agotan allí. La negación en algunos casos es tan marcada, los interpretantes que emergen son tan cerrados, que en muchos casos se tornan emocionales: los hay que representan odio. En este sentido, el interpretante de Peirce supera el sesgo conceptualista de la significación saussureana: en Saussure todo es mental; en Peirce, no. La teoría del signo triádico hace posible que la significación sea una emoción que se produce como efecto de la relación entre representamen y objeto, o también un efecto físico, como el sudor de unas manos, la taquicardia o el tartamudeo. De esta forma, la teoría peirciana se muestra productiva para comprender tanto la diversidad de significados que se producen en torno al lenguaje inclusivo como su carácter emocional.
“Que los pensamientos actúen sobre el mundo físico y viceversa es el más familiar de los hechos”, sostiene Peirce, en el contexto en que establece que las palabras tienen efectos lógicos. Es lo que los usuarios del lenguaje no binario expresan: en contextos en los que los interlocutores se niegan al uso del lenguaje no binario e insisten en nombrar a la persona no binaria con pronombres que esa persona ya dijo que no la representan, la disposición corporal de les no binaries se tensa, se contrae, se resiente. Por el contrario, cuando los contextos son más amables y los interlocutores aceptan los pronombres elegidos, el cuerpo se relaja. Aquí, la teoría peirceana se queda corta en la medida que se comprueba que, en su carácter de símbolos, las palabras sí producen una reacción directamente sobre la materia, no solamente lógica.
Por su parte, la teoría del signo ideológico de Valentín Volóshinov contempla los rasgos políticos de un determinado enunciado, cosa que no hacen la teoría saussureana ni la peirceana. Por esta razón, Volóshinov cuestiona la teoría saussureana, una lengua abstracta y muerta, en sus propios términos. A diferencia de esta, el enunciado que Volóshinov propone es la palabra viva, que circula socialmente y adquiere acentos valorativos en su transcurrir, y exige de quien la escucha y la comprende una respuesta activa, una comprensión respondente. La comprensión de los hablantes es un proceso vivo, no un simple reconocimiento de la palabra de diccionario, que es a la cual tiende la lengua saussureana y la de quienes defienden el statu quo y se escudan en su inmanencia desde una postura conservadora.
De ese rasgo político de la lengua, Volóshinov destaca su pragmatismo, esto es, su relación con sus usuarios y con la realidad social de la que emerge. Las palabras tienen efectos en la realidad, como sostiene Peirce. Las palabras, en sus términos, más concretamente los símbolos, no nos muestran al pájaro del que hablamos, no encarnan delante de nuestros ojos el acto de dar o el de contraer matrimonio cuando decimos “dar” o “matrimonio”, no matan ni crean géneros disidentes de los normados, pero implican que somos capaces de imaginar esas cosas y que hemos asociado las respectivas palabras con ellas. Habilitan en el pensamiento unas determinadas relaciones. Muchas veces, las legitiman. No es arbitrario, entonces, pensar que el género gramatical abre las mentes a la imaginación de un mundo más amplio y más diverso que el que permiten los binarios masculino y femenino. Nada más político que nombrar.
*Ana Luisa Coviello es Dra. en Letras. Docente de Semiótica en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNT