“No lo puedo ni abrazar” 

POR DEBY MONTIEL I Benjamín Paz, la condena de los familiares 

Cada jueves, Karen -se preserva su apellido- viaja desde la capital tucumana hasta Benjamín Paz para ver a su pareja, detenido allí desde diciembre de 2024. Nunca falta, aunque eso implique exponerse al calor, al frío, a hacer fila de madrugada y juntar plata entre varias mujeres para costear el traslado. “Hasta mayo íbamos de noche, salíamos a las 11 para llegar tipo 12 o 1 de la mañana y hacer cola para entrar temprano. Ahora por el frío voy más tarde, tipo 7. Llegó allá como a las 8 o 9”, cuenta.

A más de 50 kilómetros de San Miguel de Tucumán, el Complejo Penitenciario Benjamín Paz se presenta como un símbolo de modernización carcelaria. Pero detrás del discurso oficial, madres, esposas e hijos viajan todas las semanas cargando en sus bolsos ropa, angustia y silencio. Hacen largas filas desde la madrugada, gastan lo que no tienen para recibir a cambio 20 minutos sin abrazos, sin besos, sin caricias. Esta nota reúne voces y denuncias que dejan al descubierto el relato de “una cárcel modelo”. Las identidades se modificaron por pedido de los entrevistados.

Cada día de visita es un nuevo gasto, el viaje en Uber cuesta  $40.000 aproximadamente ($20.000 de ida y lo mismo de vuelta) una cifra inaccesible para muchas familias. Por eso, Karen y otras mujeres se organizan para compartir los gastos. A ellas no solo las une la necesidad sino también el abandono.

“Si se enferman y no tenes abogado no te enteras, a los abogados si les avisan”

Una vez que llega, se enfrenta al próximo obstáculo: la requisa. Y todo depende del humor o el criterio de quienes custodian la entrada.

 “Depende la guardia que te toque. A veces te tratan mal, a veces bien”.

Pese al tiempo que les lleva el traslado y el gasto que deben hacer cada día, solo pueden disfrutar solo unos minutos al lado de sus familiares.

 “La visita es de 20 minutos. Ni tocarlo podés. Saludarlo y salir. Eso es todo

Tampoco pueden llevar comida, sólo ropa y productos básicos. Y si tienen varios hijos, tampoco pueden verlos a todos al mismo tiempo:

 “Ellos sólo pueden ver a dos hijos. Si tienen más, hay que llevarlos en otra visita.”

Las familias de los presos en Benjamín Paz también son castigados, Karen lo resume sin rodeos.

 “Sí, el castigo también es para la familia. Para la mujer y para los hijos.”

Estar encerrados no debería ser un impedimento para que hagan actividades recreativas, estudien o aprendan algún oficio. Sin embargo su pareja, desde adentro, le dice que no hay actividades, que el penal todavía no está completamente equipado. Mientras tanto, ellos esperan. 

“Salgo llorando cada vez”. I Una madre, la distancia y el silencio 

María es mamá de Juan, que está detenido en la Unidad 3 del complejo Benjamín Paz desde diciembre. Ella lo visita jueves de por medio, cuando puede juntar el dinero que gana vendiendo cosas dulces. El viaje le cuesta $30.000, ida y vuelta, y lo hace sola, pese a que su salud no está bien.

“Yo tengo problemas en los huesos y me enfermé feo por irme de noche, así que ahora salgo tipo 7 u 8 de la mañana, aunque tenga que esperar más.”

A veces entra temprano, otras, le toca el número alto y espera hasta la segunda tanda de visitas. Pero eso no es lo que más la afecta.

“Cada vez que salgo de ahí, salgo llorando. Está muy flaco. Y él no me cuenta nada. No sé si por miedo, pero no lo veo bien.”

La visita dura entre 15 y 20 minutos. El contacto físico está restringido, y ni siquiera puede saber si su hijo ha estado enfermo o si fue atendido por un médico. María no recibe información oficial: sólo lo que logra ver o intuir durante esos minutos de conversación.

“Me han pedido mi número, me imagino que si le pasa algo me avisan. Pero no sé nada. Para saber cómo está tengo que ir.”

María no denuncia malos tratos directos del personal (dice haber sido bien recibida), pero sí señala la frialdad del régimen:

“Lo único que pediría es que nos den un poquito más de tiempo y que nos dejen compartir algo con ellos.”

Lo más duro, sin embargo, no es lo que falta afuera, sino lo que se rompe adentro:

 “Yo me siento igual que él. Me la paso llorando. Siento que también estoy pagando.”

Dice Maria con la voz entrecortada, mostrando el dolor que lleva al ver el mal estado físico y psicológico de su hijo.

Lo que denuncia la comision provincial contra la tortura

Fernando Korstanje, referente de la Comisión Provincial para la Prevención de la Tortura, fue claro: la cárcel de Benjamín Paz no cumple con los estándares internacionales de derechos humanos. Denuncia que el gobierno tucumano impide el ingreso del organismo provincial y diseñó un penal orientado al castigo y la incomunicación.

“Ya nació con sobrepoblación. Hay seis camas por celda. Luego viajaron a Merlo para aprender cómo meter más personas en el mismo espacio. Fueron a copiar métodos de hacinamiento.”

Korstanje afirma que el régimen de encierro es incompatible con la rehabilitación y raya con la tortura:

 “Son 23 horas de aislamiento. No pueden tener papel, ni fotos, ni libros, ni cartas, ni llamadas, ni radio. No pueden estudiar ni trabajar. ¿Cómo se supone que alguien así pueda reinsertarse en la sociedad?”

Las consecuencias, dice, son devastadoras: deterioro físico, problemas psicológicos y casi suicidios:

 “Las madres y esposas nos cuentan que los presos hablan solos, no los reconocen, se les va la mirada. Y no hay contacto: no pueden abrazarse, no hay visitas íntimas, no hay espacio para compartir ni un almuerzo.”

También denuncia el maltrato sistemático a los familiares:“La pena no debe trascender al condenado. Pero acá castigan a las madres, a los hijos, a las mujeres. Requisas vejatorias, controles abusivos, ninguneo. Hay un goce con el maltrato que es fomentado desde arriba.”

Para Korstanje, el Estado provincial (y el nacional) es responsable directo de esta política: “El Ejecutivo es el ejecutor de este régimen de aniquilamiento. El Judicial es cómplice porque cajonea más de 40 denuncias. Y el Legislativo ni siquiera nombra representantes en la Comisión. Acá no hay voluntad de cuidar, sólo de castigar.”

El relato oficial dice que Benjamín Paz vino a resolver el hacinamiento, a modernizar el sistema. Pero las visitas de 20 minutos, los cuerpos flacos, los silencios cargados de miedo y las lágrimas a la salida muestran otra verdad.

La cárcel, como institución, no sólo encierra a quienes han sido condenados. También mantiene bajo castigo a sus vínculos más cercanos: mujeres que cuidan, madres que esperan, hijos que dejan de ver a sus padres durante meses.

Los muros no terminan donde termina la prisión. A veces, como dijo María, también se levantan en el pecho de quienes aman a los que están adentro:

 “Yo me siento igual que él. Me la paso llorando. Siento que también estoy pagando.”

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