Aida regresa a casa: el olvido nunca fue una opción

POR MARIELA RAMOS, CARLA ARENAS & ADRIANA GALARZA 

Aída Inés Villegas nació en el Valle de San Fernando, en la provincia vecina de Catamarca; su hermana menor, Claudia Villegas Herrera, hace un ejercicio de Memoria donde recuerda que “Aída define su militancia en la JP (Juventud Peronista), en el viaje de egresado de la secundaria, viaja a Salta y Jujuy; ahí se enfrenta con la soledad, la miseria, la pobreza del hombre y se vuelca de lleno a la militancia, a trabajar por la causa, se politiza totalmente”.  A su regreso  Aida se muda de su ciudad natal a San Miguel de Tucuman. La casa estaba en pleno centro Tucumano, en la esquina de Catamarca y San Juan. Era una casa familiar construida con esfuerzo. La abuela la compró para que sus nietos pudieran cursar sus estudios universitarios. Jorge estudia Arquitectura y Aída estudia Periodismo y Psicología. No le dan los tiempos para todo, y a pesar que la escritura le apasionaba, optó por Psicología, carrera que completó en 1976, días antes de su desaparición El arte era otra de sus pasiones: pintaba retratos que luego fueron destruidos durante los allanamientos en Catamarca.

La militancia de ambos hermanos comienza a muy temprana edad. “Mi padre se afligía mucho, mi madre había muerto cuando éramos chicos. Vi a mi padre alguna vez agarrarse la cabeza, recuerdo claramente que mi   hermano le decía a mi papá -¡sí papá, sí tenemos que morir por la causa, vamos a morir! – No hijo, no es el momento le respondía mi padre agarrándose siempre la cabeza. Yo no lo tomaba en serio porque Jorgito era por ahí medio burlón, lo tomaba como que Jorge lo estaba molestando y ¡no! le estaba diciendo en serio, – No papá, si tenemos que morir por la causa vamos a morir”. Aída era más callada, se politiza profundamente, su compromiso fue total. Ellos estaban totalmente convencidos de que un mundo diferente era posible por eso dieron la vida”, Narra de manera reflexiva Claudia. Cada palabra, cada gesto, cada ejercicio de memoria, construye esperanza que un mundo para todos es posible.

¿De quién aprendió que quien tiene enfrente no es invencible?. ¿Con qué triunfos anteriores construye su esperanza, que puede transformar las desigualdades de una sociedad desigual?

El secuestro de Aida: 2 de noviembre de 1976

 El 2 de noviembre, como a las 14,30 después del almuerzo, en horas de la siesta Aida con apenas 22 años, es secuestrada del domicilio que comparte con su familia. En esa siesta la separarán de los brazos de su abuela materna, de su casa, de su historia. La golpean brutalmente, tanto que la sangre queda en las paredes, en los muebles, en la memoria. Claudia narra el secuestro de su hermana entre silencios incómodos y lágrimas contenidas: “Ingresan a la casa entre siete y ocho personas, llegan en autos sin patentes- Falcons verdes _ dicen los vecinos- en las cercanías se divisan camiones del ejército. Un vecino que ve la escena es obligado a encerrarse en su casa. Los represores despiertan a mi abuela que duerme la siesta. Preguntan por Aida ¿Dónde está? , minutos después se oye otra voz que grita- Ya está. El silencio se funde con un grito que no puede liberarse. “Venga vea que no le llevamos nada, le dicen antes de retirarse”. La crueldad de aquellas palabras desnudan el secuestro. Se llevan a su nieta. “Aidita” solo alcanza a pronunciar el nombre de su nieta y Aida desde la calle estira sus brazos en un intento por alcanzarla.

“Eran tiempos duros, había operativos militares en la ciudad, días antes secuestraron también a la familia Rondoletto, conocida de Aída”. 

En junio de 1977 secuestraron a Jorge, tiene en ese momento 19 años, cursa tercer año de arquitectura en la Quinta de la UNT. El operativo ocurre durante una razzia por la visita de Videla. Muchos de los detenidos regresan, Jorge no. “Espero que, de la mano de Aída, pueda encontrar a Jorgito”. Claudia, testigo silenciosa del terror, la hermana menor que en su infancia se colaba en la vida de los hermanos, siempre queriendo estar cerca. Rememora con ternura: “Recuerdo un cumpleaños de las muñecas, en Tucumán. Aída, era hábil con las manos, construyó una torta de papel de varios pisos. Era tan perfecta que parecía de verdad, era bellísima. Compartimos esa torta imaginaria con los chicos del barrio. Aída tenía manos que sabían acariciar, pero también crear belleza, bordaba, dibujaba, hacía maravillas con papel.”

 Claudia se auto-exilió en Córdoba. A pesar de no ser oficialmente desaparecida, vivió un exilio social: en la escuela, en la familia, en la calle. “No podía hablar. Había que callar. Era una soledad de alma, de cuerpo. Me desaparecieron también a mí”, concluye con tristeza. Claudia vive hoy en su casa familiar, en Catamarca, donde nació junto a sus tres hermanos, donde crecieron y soñaron  cambiar el mundo. La misma casa  dónde 48 años después de su secuestro, regresa Aída, fue velada en la  casa que atesora sus recuerdos de infancia, de aroma a comida de la abuela, de realidades compartidas, La casa se impregnó  de música,  le cantaron La tempranera, zamba que amaba. La universidad, a través del Departamento de Historia, colocó una placa en la casa: “Aquí vivieron Aída y Jorge”.  Recordar también es reparar, porque el olvido no es una opción. 

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