SUPERPUNK

POR PEDRO ARTURO GÓMEZ

Superman es punk. No, no se trata de una esas historias que en los comics de superhéroes transcurren en las realidades alternativas de los “Elseworlds”, o en los mundos paralelos del multiverso. O quizás sí, si aceptáramos que ésta, la realidad nuestra de cada día, es una realidad posible, alternativa a esa otra realidad surcada por las proezas titánicas de los metahumanos. Lo cierto es que en nuestro mundo cotidiano estos seres superpoderosos habitan sólo en las ficciones fantásticas de las historietas, el cine y la televisión. Pero en este mundo que conocemos como “el mundo real” también hay monstruos, que no son como las bestias fabulosas contra las que suelen luchar los superhéroes, aunque no son menos temibles, seres oscuros y rotos, que encarnan con sediciosa brutalidad una racionalidad opuesta a valores humanistas elementales. En contraste con estos seres, Superman es punk.

“Superman me trajo hasta aquí”, dice el comentario más reciente al video en YouTube de una presentación de la banda sueca Teddybears, en 2007, con la cantante estadounidense Aimee Echo interpretando el tema “Punkrocker”. Esta canción -publicada por primera vez en 2000, en el álbum de los Teddybears Rock ‘n’ Roll Highschool– fue objeto de numerosas versiones, de las cuales la más conocida data de 2006, en la cual la banda sueca revisita su propio tema, esta vez con la voz del legendario Iggy Pop. Diecinueve años después, el Hombre de Acero nos lleva una y otra vez hacia esa misma canción, en esta memorable versión y, por rebote, hacia otras, como la de Aimee Echo. Todo esto gracias al Superman cinematográfico de James Gunn, quien ya en la saga de Guardianes de la Galaxia –su contribución al universo fílmico de la Marvel- demostró un magnífico gusto musical a la hora de armar las bandas de sonido.

Es cierto que Superman –creado por Jerry Siegel y Joe Shuster hacia fines de los años ’30 – puede resultar un personaje demasiado llano por su candor de boy scout superpoderoso, defensor de la justicia según el American Way of Life. No obstante, devenido ya en arquetipo del superhéroe, el último hijo de Krypton renovó su poderío en la cultura de masas con el imponente film de Richard Donner, de 1978, donde Christopher Reeve encarnaba al Superman absoluto y definitivo. Superman II (1980) heredó las virtudes de su antecesora, las mismas que se fueron al traste con las deplorables secuelas de 1983 y 1987. Luego aparecieron sucesivas versiones life action televisivas, nunca del todo desafortunadas, algunas de ellas con auténtico vuelo como la reciente Superman y Lois. A la anodina Superman regresa (Brian Singer, 2006) le siguió El Hombre de acero (2013), con la que Zack Snyder (me ahorraré aquí el calificativo de “inepto”) inició su lamentable raid por el DC Extended Universe, cometiendo el error más elemental de su visión sobre el personaje: Superman se tiñe de oscuridad, a contrapelo de su naturaleza específica de héroe solar, un ser que obtiene literalmente sus poderes de la luz del sol. Tras la cúspide del ridículo alcanzada en Batman vs Superman: el origen de la justicia (2016), la destartalada Liga de la Justicia (2017 / 2021) y los vestigios de aquel Hombre de Acero que asoman entre el fárrago de productos como Black Adam (Jaume Collet-Serra, 2022) y Flash (Andrés Muschietti, 2023), era hora de un nuevo renacimiento, en medio del tedio provocado por una saturación de gente superpoderosa en las pantallas cinematográficas. Y así llegamos a este Superman punkrocker modelo 2025.

Más allá de la divertida discusión que entablan Clark Kent y Lois Lane acerca de preferencias rockeras en la película de James Gunn, este Superman -devuelto a la luminosidad y revitalizado con el espíritu de la edad de plata del género de superhéroes en las historietas de los años ’60- exhibe ciertos rasgos que han provocado reacciones de disgusto muy sintomáticas de actuales patologías de la razón. En su condición de alienígena, este último hijo de Krypton se muestra como un inmigrante expuesto a la furia xenofóbica de un Lex Luthor desquiciado, a la vez que exponente de valores representativos de lo más valioso de la humanidad: empatía, solidaridad y cuidado del otro. Estas características que contradicen las creencias de las ultra-derechas hoy en ascenso, han hecho que lluevan sobre esta versión del titán de Metrópolis las acusaciones de “woke”. Al mismo tiempo, precipitada por el uso de “Punkrocker” entonada por Iggy Pop en el epílogo de la película, la identificación del personaje con el punk reinventa la filosofía contracultural de este género del rock, asociándolo ya no con el desencanto y la agresividad, sino con la bondad y la compasión que resultan actos de rebeldía en un mundo infectado por el odio.

Este Superman sufre en la historia que narra el film los ataques de trolls y bots en las redes sociales, embestidas que se revelan como la obra de un pelotón de monos cuyos cerebros han sido intervenidos por la tecnología de Luthor, para convertirlos en su tropa de ciber-odio. No cuesta mucho esfuerzo de interpretación asociar este ejército tecno-simiesco con las fábricas de violencia discursiva que plagan hoy los circuitos de Internet, al servicio de corrientes de neo-fascismo que explotan la frustración y el resentimiento social ante las insuficiencias y promesas incumplidas de la democracia.

Una película no es sólo una película, es un artefacto cultural en una red de flujo ininterrumpido de producción y reconocimiento de sentido. Es así que una pieza cinematográfica, en la magnitud de su indisociable dimensión política, puede quedar absorbida por batallas culturales, como las declaradas en la actualidad por las ultra-derechas. Esto queda demostrado en casos como la serie El Eternauta –puesta en la mira por el régimen libertario en Argentina- y este Hombre de Acero fílmico de 2025 tachado de “woke”.

El odio es la kryptonita, Superman es punk. Ya sabemos cuál es el lado del bien. Hagamos pogo.

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