POR NOELIA NEGRO
Este año el Premio Nobel de Medicina fue otorgado a Shimon Sakaguchi, Mary E. Brunkow y Fred Ramsdell por descubrir un mecanismo esencial para la salud humana: cómo el sistema inmunológico aprende a defendernos sin atacar al propio cuerpo. Aunque parezca una obviedad, este equilibrio es frágil, complejo y hasta hace poco, no del todo comprendido.
Desde hace décadas se sabía que el cuerpo tiene formas de evitar el ataque autoinmune, pero lo que estos científicos lograron fue identificar con precisión celular y genética cómo funciona ese equilibrio, y abrir nuevas vías terapéuticas para enfermedades como el cáncer, el lupus o la diabetes tipo 1, entre muchas más.
¿Qué descubrieron exactamente?
El sistema inmunológico es una red compleja que nos protege de virus, bacterias y células anómalas. Pero esa potencia defensiva necesita regulación: si se descontrola, puede atacar al propio cuerpo. Este fenómeno se llama autoinmunidad.
Los tres científicos revelaron el papel de un tipo especial de célula inmunitaria: las células T reguladoras (Tregs). Estas células actúan como guardianes del sistema inmunológico, asegurando que nuestras defensas no se vuelvan contra nosotros mismos, generando diversos tipos de enfermedades.
En 1995, el inmunólogo japonés Shimon Sakaguchi descubrió un tipo de célula T desconocida hasta entonces: las células T reguladoras (Tregs). Estas células no atacan, sino que modulan la actividad del resto del sistema inmunológico, en la periferia del cuerpo, fuera del timo (el órgano donde las células T se “educan”) evitando respuestas excesivas o erróneas.
En 2001, los científicos estadounidenses Mary E. Brunkow y Fred Ramsdell identificaron el gen FOXP3, esencial para el desarrollo y funcionamiento correcto de las Tregs. Mutaciones en este gen causan enfermedades autoinmunes graves, como el síndrome IPEX.
En 2003, Sakaguchi conectó ambos hallazgos: demostró que FOXP3 es el “interruptor maestro” que convierte células T comunes en Tregs funcionales.
Este circuito de descubrimientos permitió entender que la tolerancia inmunológica no es solo pasiva, como se creía, sino activa y periférica, con células que patrullan constantemente para evitar el daño interno.
¿Por qué es relevante?
Este descubrimiento transformó nuestra comprensión de la tolerancia inmunológica. Antes se pensaba que el sistema inmunológico simplemente “aprendía” a ignorar lo propio. Ahora sabemos que existe un sistema activo, dinámico y genéticamente regulado que vigila y corrige posibles errores autoinmunes. Los hallazgos premiados no solo explican por qué la mayoría de las personas no desarrollan enfermedades autoinmunes graves, sino que también abren caminos terapéuticos concretos para quienes si lo hacen.
Las implicancias clínicas son enormes:
Enfermedades autoinmunes: se investiga cómo potenciar las Tregs para frenar ataques del sistema inmunológico contra tejidos sanos. Como la diabetes tipo 1, la esclerosis múltiple o el lupus, podrían tratarse modulando las Tregs.
Cáncer: en algunos casos, las Tregs protegen al tumor. Inhibirlas podría mejorar la respuesta inmunitaria contra células malignas.
Trasplantes: activar las Tregs podría evitar el rechazo sin necesidad de inmunosupresores agresivos.
Según el Comité Nobel, “los galardonados han descubierto cómo se mantiene bajo control el sistema inmunitario. El potente sistema inmunitario del cuerpo debe ser regulado, ya que podría atacar nuestros propios órganos”.
Este Nobel celebra una idea poderosa: la salud no se define solo por la capacidad de defender, sino por la inteligencia de contener. Las células T reguladoras nos enseñan que el sistema inmunológico no solo debe saber atacar, sino también saber cuándo no hacerlo. Un equilibrio perfecto que revela un mecanismo sofisticado y dinámico, capaz de regular, moderar y preservar lo propio sin perder eficacia defensiva. En ese delicado arte de no dañarse, el cuerpo nos ofrece una lección profunda sobre cómo sostener la vida.