Se busca Community Manager con iPhone 14 por sueldo del siglo pasado

POR CAMILA NARVAJA, MARTÍN MEDINA & FEDERICO LEDESMA

Requisitos: creatividad ilimitada, disponibilidad 24/7 y ganas de trabajar por menos que la canasta básica.

Conseguir trabajo hoy se ha vuelto un desafío que mezcla paciencia, suerte y resignación. En medio de un contexto social y económico complejo, las exigencias laborales parecen ir en aumento, incluso en los sectores vinculados a la comunicación digital. Así ocurre con las ofertas laborales por parte de las agencias de publicidad o de creación de contenido para  cubrir el puesto de community manager, que además de requerir experiencia comprobable, incluyen condiciones que rozan lo absurdo: “Celular propio: iphone 14 pro o Samsung S23 en adelante.”

El problema no es solo el requisito en sí, sino lo que implica. Se está midiendo la capacidad profesional por el poder adquisitivo, como si el talento, la creatividad o la formación dependieran del modelo de teléfono. Esto deja afuera a una enorme cantidad de jóvenes que estudian y trabajan, que además intentan insertarse en un mercado cada vez más cerrado, y que ven en este tipo de trabajo como una primera oportunidad laboral.  Así, el ser cm se vuelve un privilegio, no una opción, y las agencias trasladan a los jóvenes la responsabilidad económica de sostener las herramientas que ellas mismas deberían proveer.

Ser community manager se convirtió, para muchos, en el primer paso dentro del mundo de la comunicación. Sin embargo, lo que debería ser una experiencia formativa termina siendo una muestra de precarización. Se exige disponibilidad total, experiencia previa y equipamiento personal, pero se ofrece un salario que apenas cubre los gastos básicos.

¿Mucho algoritmo, poco salario? 

En la mayoría de los casos, estas agencias pagan entre $20.000 y $35.000 por cuenta, una cifra que, aunque parezca “razonable” al principio, se vuelve insostenible cuando se calcula el esfuerzo real. Un estudiante que maneja cuatro o cinco cuentas por mes apenas alcanza un ingreso total que no llega ni al valor de la canasta básica ($319.941 según INDEC), lo cual evidencia la magnitud del problema. No se trata solo de bajos salarios, sino de una estructura que naturaliza la explotación bajo el disfraz de la experiencia o la “oportunidad para crecer”.

Todo esto ocurre, además, mientras se discute una reforma laboral que permitiría jornadas de hasta 13 horas. En ese marco, exigir un teléfono de última generación como condición para trabajar roza lo absurdo: piden un iPhone, pero pagan como si el laburante tuviera un Nokia 1100, está completamente desconectado de la realidad que vive la mayoría de quienes trabajan y estudian

A esto se suma la sobrecarga de tareas que enfrentan muchos estudiantes y recién egresados. Bajo la etiqueta de “Community Manager” (cm, sigla que resume las tareas de manejar redes, proponer contenido, editar, escribir, analizar datos y realizar diagnósticos de comunicación), las agencias suelen concentrar en una sola persona múltiples roles: redactor, fotógrafo, editor de video, diseñador, estratega, asistente de prensa y hasta encargado de pasear el perro del dueño de la agencia. Lo que debería ser un trabajo profesional y especializado se transforma en una lista interminable de tareas mal pagadas, donde el límite entre lo laboral y lo personal se difumina peligrosamente.

Las agencias y empresas que solicitan estos perfiles suelen olvidar que son ellas las que deberían proporcionar las herramientas necesarias para el trabajo. La formación, la dedicación y la mirada comunicacional no se miden por la marca del celular, sino por la capacidad de crear, pensar y conectar con una comunidad.

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Esta lógica precarizadora no solo afecta a los estudiantes, sino también a los trabajadores independientes (freelancers). La devaluación del trabajo digital, impulsada por agencias que pagan cifras irrisorias y exigen condiciones imposibles, deteriora la valoración profesional del rol de Community Manager y genera una competencia desleal que termina por estigmatizar el oficio. Se instala así la idea de que “cualquiera puede hacerlo”, cuando en realidad se trata de una tarea que requiere formación, tiempo y recursos.

La precarización de los jóvenes comunicadores no es un fenómeno aislado, sino un reflejo de un sistema que prioriza la productividad por sobre la dignidad laboral. 

En tiempos donde las oportunidades se achican y las exigencias crecen, no se trata solo de denunciar condiciones absurdas, sino de defender el valor profesional de la comunicación y de quienes la ejercen con vocación, incluso sin un iPhone en el bolsillo.

Mientras tanto, la pregunta persiste: ¿cuánto más se puede precarizar el trabajo bajo la excusa de que “así se empieza”?

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