POR CAMILA NARVAJA, MARTÍN MEDINA & FEDERICO LEDESMA
En un mundo donde una noticia puede viajar más rápido que la luz —o al menos más rápido que la verificación—, parece importar más que una nota se haga viral que la veracidad misma de la información. La ciencia requiere precisión y contexto, lo que provoca que no haya un resultado inmediato. En cambio las redes sociales privilegian la viralización, el impacto y jugar con las emociones de los lectores.
En medio de esa tensión se juega algo más que una nota se haga viral: se juega la confianza pública en el conocimiento, muchas veces a costa de la precisión, la veracidad y subestimar a quienes leen.
Un ejemplo reciente que muestra con claridad esto es un posteo de El Tucumano en sus redes sociales donde afirmaba que el Observatorio Astronómico de Ampimpa, les había “regalado” imágenes del 3I/Atlas.
Más allá del atractivo del titular, la afirmación resulta inexacta. El Observatorio no “regaló” nada; más bien, divulgó datos públicos sobre el cometa donde tanto las fotos como la información del posteo cita las fuentes de donde se obtuvieron. (fuentes: NASA, ESA, arXiv, Space.com, Cadena SER, Times of India (2025).
Otro ejemplo es el reciente video que se viralizó, en el que se observa un supuesto objeto espacial, adjudicando que se trata del objeto interestelar 3I/ATLAS. En él se observa un objeto alargado, con aparentes luces, y con movimientos irregulares. Lo que se creyó que era “una nave espacial”.
Pero en realidad lo que verdaderamente se observa es un organismo microscópico ciliado, lo que parecen ser sus luces son minerales que se encuentran en una estructura llamada orgánulos. Y lo que aparentaba ser una imagen del espacio es simplemente la lente de un microscopio.
Por eso cuando la información se comunica de manera imprecisa, se transforma en una caricatura del conocimiento.
Ciencia, divulgación y el riesgo de convertir conocimiento en espectáculo
Hace unos meses, los telescopios del sistema ATLAS (Asteroid Terrestrial-impact Last Alert System) detectaron un nuevo objeto que venía desde fuera del Sistema Solar: el 3I/ATLAS, también llamado C/2025 N1. Es apenas el tercer objeto interestelar confirmado, después de ʻOumuamua (2017) y Borisov (2019). Un visitante cósmico que, por un breve tiempo, atravesará nuestro vecindario estelar antes de seguir su camino hacia la inmensidad.
Las palabras, en ciencia, son parte del método: describen con exactitud lo que se observa, lo que se infiere y lo que aún no se sabe. No es lo mismo decir “objeto alienígena” que “objeto interestelar”. Como no es lo mismo hablar de “amenaza” que de “proximidad”. Y tampoco es inocente decir “misterioso”, porque esa palabra, tan tentadora para los titulares, introduce la idea de algo oculto o conspirativo que no existe.
La historia de 3I/ATLAS lo demuestra. El hallazgo es realmente fascinante: un fragmento de materia que viaja desde otro sistema planetario, con una composición química fuera de lo común (rica en dióxido de carbono) y una trayectoria hiperbólica que nos permite aprender más sobre el origen del polvo y del hielo en el universo. Eso, por sí solo, ya es una gran historia. No hace falta exagerar.
Sin embargo, en muchos medios y en las redes sociales la curiosidad científica se transformó en espectáculo. Aparecieron titulares que hablaban de “nave alienígena”, “misterioso visitante del más allá” o incluso “amenaza cósmica”. Ninguno de esos términos es cierto. 3I/ATLAS no representa peligro alguno, y su rareza no tiene nada de sobrenatural.
El problema es que la desinformación, muchas veces, no nace de una mentira total, sino de una mala elección de palabras. Un adjetivo exagerado, una metáfora fuera de lugar o una frase sacada de contexto pueden torcer el sentido de un descubrimiento. En ciencia, como en periodismo, las palabras pesan. Y cuando se usan mal, lo que se pierde no es una historia: se pierde confianza.
La ciencia, como los hechos en sí, no necesita adornos ni titulares ostentosos para ser fascinante. Solo requiere periodistas formados, capaces de traducir el conocimiento sin reducirlo, y lectores críticos que sepan distinguir entre el hecho real y la manipulación.
Recuperar la ética en el periodismo —sea científico, social o político— es recuperar el derecho de la sociedad a comprender, no solo a consumir.
Comunicación pública de la ciencia: decir, explicar, cuidar
Hacer comunicación pública de la ciencia no es repetir datos ni decorar hallazgos. Es mirar cómo contamos lo que contamos: qué palabras usamos, qué titulares elegimos y a quiénes citamos. Porque ahí, en esas decisiones, se juega la diferencia entre informar y deformar la información.
Tanto el caso del cometa 3I/ATLAS como lo que pasó con el Observatorio Ampimpa muestran lo mismo: que comunicar también implica una responsabilidad ética. No alcanza con tener la primicia ni con buscar el clic fácil. Si el periodismo quiere acompañar a la ciencia, tiene que hacerlo con rigurosidad y precisión. A veces, alcanza con decir las cosas como son, con las palabras justas y sin vender humo.