POR MARTIN DZIENCZARSKI
En Tucumán, lo imposible puede hacerse realidad. Sólo hay que luchar e insistir por 40 años.
En 2013 José Alperovich era el gobernador de la provincia. En septiembre de ese año una multitud de estudiantes universitarios volvió a juntarse por un reclamo histórico: el boleto estudiantil y el comedor universitario. En las clásicas ruedas de prensa de su gobierno, 37 años y 10 días después de “La noche de los lápices”, Alperovich dijo que no había plata. El contexto político después le asignaría otro tono a esas tres palabras.
“El Poder Ejecutivo no cuenta con los fondos necesarios para subsidiar el boleto estudiantil en Tucumán. Hay 500.000 estudiantes en Tucumán. Si se le cubre el costo a 200.000 alumnos, significará una erogación de $ 17 millones por mes (para el Gobierno). A razón de $ 5 por cada estudiante (ida y vuelta), y por 20 días al mes, estamos hablando de este monto”, era la respuesta del mandamás en ese entonces. Sí, el boleto costaba -todavía- $ 2,50. Domingo Amaya, entonces intendente de San Miguel de Tucumán -hoy funcionario peronista tras su aventura macrista- proponía como solución que colectivos de la misma empresa a cargo de la línea 118 unan de manera gratuita el Centro Prebisch con el Centro Herrera (Quinta Agronómica), como solución a los reclamos. No solucionaba nada ir de una facultad a la otra pero bueno, tiraban esa.
Después, en distintos años de campaña electoral, la Intendencia de San Miguel de Tucumán y el Gobierno provincial descubrieron que sí se podía. Había plata, faltaba la decisión política. Hoy, sumando todos los programas, alrededor de 200.000 estudiantes reciben el beneficio -contemplando estudiantes primarios, secundarios, terciarios y universitarios-. El boleto educativo se cubre en un porcentaje variable entre el Estado (municipal, provincial) y los empresarios del transporte. Sin embargo, no está fijado por ley ni por ordenanza. Bastaría con que asuma alguien que considere que es demasiado caro o sin sentido y se cesarían ambos programas con sendos decretos de “motosierra”.
La Noche de los Lápices
Durante todo 1975 un grupo nutrido de estudiantes secundarios de La Plata comenzó a unificar un pedido conjunto y a marchar por un boleto educativo: que sea una política de estado incentivar la educación cubriendo gratuitamente los pasajes de colectivo necesarios para que nadie considere que estudiar es un lujo inalcanzable.
El desenlace ocurrió el 16 de septiembre de 1976, durante la dictadura civico-militar (1976-1983) cuando la Policía bonaerense y efectivos del Batallón 601 de Ejército secuestraron a jóvenes militantes de la Unión de Estudiantes Secundarios, encuadrada en el peronismo de izquierda, y de la Juventud Guevarista, rama juvenil del Partido Revolucionario de los Trabajadores. Fue un acto disciplinador: en la dictadura no hay disenso, ni reclamos ni pedidos ni incentivos para la educación.
Algunos de ellos habían participado durante la primavera de 1975 en las movilizaciones que reclamaban el boleto estudiantil. De aquellos estudiantes todavía hoy continúan desaparecidos: Claudia Falcone (16 años), Francisco López Muntaner (16 años), María Clara Ciocchini (18 años), Horacio Ungaro (17 años), Daniel Racero (18 años) y Claudio de Acha (18 años). Chicas y chicos secuestrados, torturados, vejados, sometidos a abusos sexuales, asesinados y desaparecidos.
Gustavo Calotti, Emilce Moler, Patricia Miranda y Pablo Díaz también fueron secuestrados y son los únicos sobrevivientes del hecho. En conmemoración a esa matanza denominada “Noche de los Lápices”, a partir del 2014 cada 16 de septiembre se celebra el Día Nacional de la Juventud por ley nacional.
En los años 80 se narró la masacre en una película: “La Noche de los Lápices”, de Héctor Olivera y con un reparto fantástico, narra los hechos y fue multipremiada desde su lanzamiento en 1986. Ahí, reeditaban los cánticos de 1975: “Tomala vos, damela a mí, por el boleto estudiantil”.
Otra vez, una “toma”
En agosto de 2013 dos casos por abuso sexual padecidos por estudiantes de la UNT en las cercanías del Centro Presbich unificaron la indignación y los reclamos de los estudiantes: en Asamblea todos -me incluyo- votamos pedir que se declare la Emergencia en Violencia de Género -con la adhesión de leyes nacionales en la provincia-, la implementación de un boleto educativo para todos los niveles -para que nadie elija caminar y exponerse ante un agresor cerca de la Facultad- y la reapertura de los comedores universitarios, cerrados en abril de 1976 apenas comenzó la dictadura cívico militar. Si no había respuesta, se tomaba la facultad. Y así pasó.
En las marchas nosotros volvimos a cantar las mismas canciones que los desaparecidos por la dictadura cuando pedían por un boleto estudiantil. Clamar por lo mismo que los desaparecidos, a algunos, todavía nos estruja por dentro. Los pueblos, a veces, no olvidamos. Al igual que en las tomas anteriores, dos reclamos se repitieron: queremos boleto y el comedor.
La toma fue extensa y conflictiva. Constantemente hubo rechazos por parte de las autoridades, tanto en el Rectorado como en la Provincia y en la Municipalidad. El conflicto se destrabó finalmente con la promesa de la reapertura de un comedor universitario en el espacio donde supo funcionar el bar de Filosofía y que luego del cierre se reconvirtió en aula: el “aula bar”. El destino me dio la fortuna de haber participado de la toma y hacer notas en el blog LaToma sobre las gestiones del comedor y luego trabajar en un medio para estar a cargo de la cobertura de la reapertura en 2015. Luchar sirve, siempre.
Dos años después de la toma, durante la campaña para intendente de San Miguel de Tucumán en 2015, Germán Alfaro prometía la implementación de un boleto educativo escolar -con menos boletos reconocidos que los solicitados por los estudiantes de la toma-. Finalmente, tras asumir y anunciarlo en diciembre de ese año, lo implementó por decreto en 2016.
Dos años después, en 2018, el entonces vicegobernador Osvaldo Jaldo anunciaba la implementación de un boleto educativo para estudiantes que no residan en San Miguel de Tucumán con “ahorros” del presupuesto legislativo. El anuncio fue en la antesala de un 2019 electoral donde el peronismo se impuso sobre el macrismo. El boleto para “el interior” se implementó por resolución y luego, ya como gobernador provincial, pasó a otorgarse por decreto con fondos del Poder Ejecutivo. No era una acción de vanguardia, Córdoba tiene boletos educativos, docentes y obrero desde hacía décadas.
Lo que era tachado de “imposible” y un anhelo de múltiples generaciones desde La Noche de los Lápices en 1976 hasta hoy, ahora es realidad en Tucumán. No será tan abarcativo como el solicitado, pero sirve. Lamentablemente, sin haberse implementado por leyes u ordenanzas, cualquier gobierno podría cesarlo sin mayor coste político que el de firmar un decreto, basta la llegada de una crisis económica y de una gestión que desee ajustar en incentivos para estudiar. La receta es de manual: demonizarlo, para que nadie lo defienda y luego el adiós. Demoraría un segundo: firmar un papel. Sin ley, no hay derecho.