Relaciones peligrosas: Trump y Milei

POR PABLO POZZI*

¡Aleluya! Finalmente, los yanquis se dieron cuenta que “somos importantes”. Años de esforzarnos con las relaciones carnales de la era Menem, y por fin algún resultado. Trump y su secretario del Tesoro, Scott Bessent, manifestaron su decidido apoyo a Milei prometiendo 20 mil millones de verdes y el respaldo (o sea la compra por el Tesoro) de los bonos argentinos en Wall Street. Claro que insistieron que los verdes están sujetos a los resultados electorales del 26 de octubre, para luego decir que los darían en un swap donde compraría pesos con esos dólares, y de ahí a insistir que la Argentina se aleje de la órbita China (o sea deje de lado el famoso swap chino), y que haga los deberes frente a todos esos advenedizos latinoamericanos encabezados por Lula y Petro. Cualquier similitud con el encargado de negocios Spruille Braden y su injerencia en la elección de 1946 es un mero accidente; no cambian esos pibes. Celebraciones mil en la Casa Rosada; risitas en la Casa Blanca. Todo mientras analistas diversos insisten que: 1. Argentina es geopolíticamente importante (oh, yes). Si lo es tanto, ¿por qué no antes?, 2. Es un aliado estratégico frente a Brasil. Es como que nos vamos a pelear con uno de nuestros principales socios comerciales. Suicidio puro. 3. Milei es un “friend”. Igualito a Zelensky y Netanyahu. 4. El plan libertario va a resolver todos los problemas argentinos, solo hay que darle una oportunidad. Seguro que sí, y yo soy Supermán. 

Sólo Carlos Pagni de La Nación e Ignacio Fidanza de LPO sugirieron algo más tenebroso. Sobre todo Fidanza (Pagni muchas veces duda entre informar y dejar mal parados a sus dueños liberales), explicó con lujo de detalles que esto era en realidad un salvataje para Bessent, Toto Caputo y uno de sus amigotes (Rob Citrone) que había jugado en la Bolsa haciéndose con miles de millones de bonos argentinos. No solo no estaban subiendo de precio, sino que bajaban y amenazaban con colapsar. Rápidos de reflejos el trío emitió un respaldo y “el amigo” financista encontró que estaba ganando miles de millones con la plata del Tesoro norteamericano mientras endeudaba aún más a los argentinos que, oh sorpresa, deberían pagar los bonos, pero más caros.

Pasa que las relaciones entre Argentina y Estados Unidos siempre fueron increíblemente complicadas. Durante cien años, hasta 1945, el problema central es que eran economías competitivas, particularmente en granos y carnes. Eso significaba que Argentina se mantenía en la órbita de Inglaterra, como principal socio comercial, que estaba siendo desplazada por EE. UU. como potencia mundial. Basta leer las memorias de los diplomáticos de la oligarquía para ver cómo se vanagloriaban de hacerle trastadas a Estados Unidos en los foros internacionales. Es que la oligarquía argentina competía no sólo comercialmente sino en influencia continental con los norteamericanos; basta ver la Doctrina Drago que critica duramente la intervención de 1902 en Venezuela. Además, los diversos proyectos industriales (de Agustín P. Justo, de Perón y luego el de Frondizi) chocaban con los intereses exportadores de Washington. El proyecto de Justo se benefició de la Gran Depresión porque Argentina no tenía las divisas para seguir importando bienes manufacturados. Perón y su visión nacionalista crecieron gracias a la Segunda Guerra Mundial y la necesidad europea de alimentos. Y Frondizi creyó que podría lograr un desarrollo al amparo de la Alianza para el Progreso de Kennedy. Don Arturo fue el primero en una larga lista de políticos argentinos que pensaba que el problema era que la oligarquía había hecho un enemigo de los norteamericanos. Por ende, había que hacer mérito para “ganar su confianza”. Así pensó que podía reunirse impunemente con el Che en 1961 o abstenerse de condenar a Cuba, porque era un friend de Washington. Obvio que Washington ayudó a derrocarlo. Como lo hizo en tantos otros países latinoamericanos. No importaba si habían hecho mérito o no, Por ejemplo, Brasil se había alineado tempranamente con Washington hasta el punto de enviar tropas a combatir en Italia contra Mussolini. Pero Washington gestó los golpes de 1964 y de 1968. Algunos aprendieron la lección y el peronismo incorporó a la Argentina al Movimiento de Países No Alineados en 1973. Una década más tarde Alfonsín, y su canciller, mantuvieron la no alineación y el enfoque latinoamericano. Fue Carlos Menem guiado por el politólogo Carlos Escudé con el verso de las “relaciones carnales”, el que deshizo el no alineamiento e insistió que “había que ganarse la confianza” dilapidada por los gobiernos anteriores. Privatizó lo privatizable, puso fin al programa nuclear argentino, mandó tropas por el mundo y hasta un par de fragatas a la primera guerra de Iraq. Claro que esto, además sirvió para hacer suculentos negocios, como cuando trataron de venderle a alguien las fragatas enviadas. En el proceso republicanos y demócratas, Bush padre y Clinton, no se saciaban nunca, y a cambio daban cosas como el programa de visas. O sea, a cambio de las joyas de la abuela ahora podíamos ir a Disney y a Niuyor sin necesitar una visa; claro, pero había que tener la plata para el pasaje. 

En el proceso las relaciones con Estados Unidos resultaron en buenos negocios para algunos, si bien no para el país. Por ejemplo, pensemos el tema de la deuda externa. Frondizi, en su acercamiento, firmó el primer acuerdo con el FMI por 75 millones de dólares en 1958. En marzo de 1962 él y su ministro Álvaro Alsogaray habían tomado deuda por 1200 millones. La dictadura de Onganía elevó el endeudamiento a 4800 millones y la dictadura del 76 lo llevó a 48 mil millones. Según los datos más recientes, la deuda externa argentina alcanzó 278.073 mil millones de dólares a principios de 2025. Esto equivale a un poco menos de la mitad del PBI del país calculado por el Banco Mundial (633.266.692 millones de dólares). Cada argentino debe unos seis mil dólares antes de nacer.

Lo interesante es pensar qué ha pasado con toda esa plata, sobre todo y considerando que la Argentina es un pagador serial. O sea, no sólo debemos esa plata, sino que, a pesar de pagar religiosamente miles de millones, siempre debemos más. Ahí hay que pensar dos cosas distintas. Una es que Estados Unidos es una nación con una balanza comercial deficitaria, que se equilibra con remesas cada vez mayores de dinero de la balanza de pagos. Ya sea depósitos en bancos norteamericanos, la deuda externa de los países, el saqueo del mundo todo es un flujo de plata que permite a la economía norteamericana seguir funcionando (aunque no muy bien). Pensemos qué hace un narco con los billetes que recibe por vender su “mercadería”. Debería ser obvio: compra dólares que eventualmente convierte en un asiento contable en Estados Unidos. Muy sintéticamente, mientras paguemos algo a ninguno de los dos le interesa ni saldar ni reducir la deuda. Entre otras porque lo que nos dan los norteamericanos lo pagan sus contribuyentes que están cada día más pobres.

Le segunda cuestión es que las famosas inversiones de las que siempre hablan nuestros economistas dependen no sólo de una alta tasa de ganancia (o sea de la explotación de los locales y el saqueo del país) sino de que puedan remitir sus beneficios al exterior. Ellos tampoco quieren pesos argentinos. Por ende, cada préstamo en divisas, cada bono vendido en Wall Street, cada dólar que entra por exportar algo es rápidamente utilizado por las empresas extranjeras (y nacionales) para remitir sus ganancias al exterior. En realidad, la relación entre Argentina y Estados Unidos es como la de un drogadicto con su proveedor. Más deuda tomamos, más se beneficia Estados Unidos y más caemos en la destrucción del adicto. Mientras tanto productores, obreros y trabajadores argentinos (y, valga sea decirlo, norteamericanos) en general no hacen más que empobrecerse. Todo mientras gobernantes y empresarios hacen negocios cada vez más grandes. Y a no engañarse, cada vez que La Nación habla de “el mercado” en realidad está hablando de una sarta de empresarios piratas que lucran con el saqueo indiscriminado del país. Eso sí, políticos y periodistas insisten todo el tiempo que Milei y Trump son amigos. Resulta que ninguno de ellos había leído ni a Lord Palmerston ni a Charles De Gaulle, que insistieron hasta el cansancio que «Los Estados no tienen amigos, solo tienen intereses.»

* Pablo Pozzi es historiador, especializado en historia del movimiento obrero y en historia de Estados Unidos. Fue profesor Titular de la Cátedra de Historia de Estados Unidos de la Universidad de Buenos Aires hasta su jubilación. El presente artículo es una colaboración de Pozzi con Nuevo Trópico

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