POR RAFAEL BITRÁN**
Hace pocos días, para descalificar las acusaciones acerca de que la gente “se muere de hambre” como consecuencia del modelo económico y social, nuestro presidente no dudó en afirmar que, “si fuera cierto, ustedes tendrían que caminar por la calle y estaría llena de cadáveres”. Desde las cómodas instalaciones de un lujoso inmueble de Puerto Madero, con soberbia y su habitual insensibilidad, remató la idea diciendo que esas denuncias eran “una pelotudez”, producto de la “sensiblería” manipuladora de la oposición y los periodistas.
La cuestión, es decidir si nos quedamos solo con los potenciales juicios de valor que podemos hacer sobre estas afirmaciones (deshumanas, cínicas, sádicas, nefastas, hipócritas, etc…) o tratamos de profundizar en las cuestiones sociales, políticas y económicas en que se enmarcan. La primera opción, es la más cómoda e inmediata. Pero preferimos considerarla una alternativa simplista, inconducente y -lo que es más importante aún- de una efectividad política (si es que la tiene) solo de corto plazo. Por ello, mejor retomar el argumento presidencial y tratar de sumergirnos en el análisis.
En primer lugar, y como generalmente construye sus falacias este gobierno, la frase apunta a un sentido común que la realidad pareciera convalidar: es verdad que no hay en la Argentina calles “llenas de cadáveres”. Esto es así, aun cuando en estos tiempos de neoliberalismo radical se desarrolla: un claro proceso de concentración de la riqueza, un marcado desclasamiento social, el aumento de la informalidad laboral, un sostenido empobrecimiento de la gran mayoría de los jubilados/as (más allá, del festejo de Milei acerca de que “sus ingresos han crecido en dólares…”) y una pérdida importante del poder adquisitivo de las y los trabajadores con empleo registrado (porcentaje variable según el sector que analicemos).
Es pueril desacreditar las críticas y los análisis que denuncian el carácter netamente regresivo del actual plan y modelo económico con el solo argumento de que no hay muertos por doquier. Es infantil y deshumano pensar que la única alternativa que puede haber a una existencia digna y con derechos, es la de miles de fallecidos por inanición y -como en las peores realidades distópicas- que el resto de los mortales caminemos entre sus cadáveres hasta que seamos los próximos invitados al festín de La Parca. Esto es tan evidente, que creemos innecesario detenernos más en la enunciación presidencial. Por el contrario: la lupa debe ser puesta en la forma y el contenido en que se articulan y expresan algunas de las críticas y estrategias para intentar frenar la política neoliberal y sus consecuencias.
Algunos sectores políticos e intelectuales repiten que este modelo de desarrollo es estructuralmente inviable y, por tanto, es solo cuestión de inercia para que se produzca su “explosión” y/o “implosión” definitiva. Que el sistemático ataque al mercado interno (apertura de importaciones, dólar barato, altas tasas, salarios a la baja), que la distribución regresiva de los ingresos y que las crecientes grietas del aparato productivo, son elementos contundentes que conducirán a una parte importante de la población a situaciones de marginalidad y pobreza imposibles de sobrellevar. Entonces, será la “realidad” misma la que se imponga y esto decantará en la desmitificación de las bondades del modelo económico. Es sólo cuestión de tiempo, un destino ineludible.
Estas afirmaciones, lineales y simplistas, podrían terminar por ser tan falaces como las palabras del presidente. ¿Por qué pensar que no pudiera existir una manera de “estabilizar” la estructura económica y productiva con un mercado interno estrangulado, una informalidad laboral expandida y un poder adquisitivo limitado para las mayorías? ¿Cómo dejar de lado en el análisis, la posibilidad de la expansión de una profunda pauperización relativa (relativa al total de lo producido) en una etapa capitalista en que, gracias al permanente desarrollo tecnológico, el aumento irrefrenable de la productividad, la uberización de parte del mercado laboral y la extracción sin limitaciones de los recursos de la naturaleza, se puede ser cada vez más marginado y empobrecido pero, paralelamente, continuar accediendo a los recursos materiales necesarios (aun cuando de cuestionable calidad) para garantizar, aunque fuese, la subsistencia?
Pero no solo de “pan” -o sus míseras migajas- vivimos los seres humanos. Tal vez hoy, como pocas veces en la historia de los últimos siglos, el sentimiento de pertenencia a la sociedad exceda con mucho a la sola satisfacción de las necesidades básicas. En esta coyuntura histórica, en la cual podemos estar “conectados” de manera permanente y donde, por ejemplo, billones estarían de acuerdo en que: “sí a que nos gusten más cosas todo el tiempo” (como reza una publicidad de gaseosa), el devenir existencial se complejiza día a día, momento a momento. El desarrollo tecnológico no solo ha logrado disminuir al máximo los tiempos muertos en la esfera de la producción. Su avance vertiginoso permite que seamos potenciales consumidores siempre, en todo lugar y en cada instante. La sociedad, vista y experimentada como un infinito continuo a modo de TikTok.
En este escenario social, los “payasos” y “equilibristas” pueden prescindir de las carpas para expresar sus habilidades y los “gladiadores” ya no necesitan un Coliseo. El “circo” permanente, es un bien de consumo en sí mismo. Con solo apretar los botones de la nueva “extremidad” computarizada que se adhirió a nuestras manos por mutación inducida, el tren expreso del consumismo intenta construir-llenar-vaciar (en un mismo movimiento) las necesidades existenciales; incluso, mientras nos bañamos o defecamos. Ya ni siquiera sorprende esa anciana que vive en situación de calle, apenas tiene prendas roídas para cubrirse en el duro invierno y usa la estación Congreso del subte A, cada mañana, para quedarse parada al lado del enchufe de la pared cargando la batería de su aparato.
La cuestión, es todavía más compleja. La tecnología no solo nos ofrece en un pequeño rectángulo electrónico -a un costo relativamente accesible para gran parte de la población- el sueño de “pertenecer” al sistema en vivo y en directo. El celular, además, está cada vez más compenetrado con nuestra existencia y los comportamientos y las prácticas sociales (siempre colectivas, aun cuando parezcan individuales), no solo expresan una manera de concebir el mundo. En una relación dialéctica, también la forman, la conforman y la reproducen de manera continua y cambiante. La tecnología y la virtualidad no son solamente el escenario de la “Carpa del Circo” que nunca se muda de ciudad. Su práctica, es un vehículo clave para la sociabilidad de la posmodernidad y, en una paradoja solo aparente, una vía potencial directa al fortalecimiento de la cosmovisión individualista: por la posibilidad de estar conectados/as siempre al consumo infinito (de bienes, imágenes, sensaciones) y con la ilusión y ansiedad de “realizarse” individualmente en él.
Con “pan” para millones y “circo” omnipresente para todos y todas, en una sociedad líquida donde lo inmediato y lo individual está (en términos generales, no siempre y en todos los casos) por sobre lo estable y lo colectivo, tal vez no sea sorprendente que el modelo pudiera “aguantar” y sostenerse mucho más tiempo que aquel que los análisis mecanicistas anuncian. Esto no invalida, en
modo alguno, que una potencial “estabilidad” pudiera alcanzarse y, paralelamente, sobrevivan y se reproduzcan nuevas contradicciones sociales y económicas, la represión se convierta en estructural, crezca aún más la violencia social y aumente significativamente el número de personas que mueren literalmente de hambre. Pero, sí podría expresar que el devenir histórico de esta etapa del desarrollo capitalista, sustanciada en la combinación de una baja en los costes productivos totales y en la oferta ilimitada de elementos de cooptación existencial desde un mercado real y virtual “infinito”, facilita la posibilidad de consolidar, en ciertas coyunturas, una alianza de clases entre la minoría capitalista cada vez más concentrada y las amplias masas cada vez más numerosas y expropiadas. En definitiva, la alianza de clases y/o sectores de ellas, que da sostén a los denominados “populismos de derecha”.
En este contexto, no deberían sorprender las “bestiales” declaraciones de nuestro presidente. Más aún, los insultos y barbaridades deshumanizantes son parte de un sistemático plan discursivo. Con sus permanentes falacias, casi siempre basadas en algún aspecto de la realidad y acompañadas de elementos de corte “plebeyo”, logra convencer a una parte importante de la población, harta de su situación social y la inestabilidad económica de los últimos tiempos. Millones de personas apuestan a este “mesías vengador” como el salvador con quien poder encontrar “la luz” en un futuro próximo. No olvidemos que, entre quienes votaron al actual mandatario, se incluye un porcentaje significativo de una expresión “antisistema” confusa y contradictoria. Para una sociedad cada vez más asentada sobre el trabajo informal y/o el sector servicios y tecnológico, los “patrones” parecerían no tener ya más existencia real. Por el contrario, se “transformaron” en multimillonarios famosos a envidiar gracias a su “creatividad” e “ingenio”. Son el modelo a imitar, no a combatir (“imitando al Capital…”, podría ser parte de una hipotética marcha neoliberal). En la “política”, es donde, desde el poder económico real, han logrado focalizar las responsabilidades absolutas de las miserias del sistema.
Como consecuencia de pasadas acciones de gobierno desacertadas y otras, en ciertos casos, revestidas de hipocresía, así como de manipulaciones mediáticas, es fácil para el gobierno presentar a la “Casta” (políticos/as, sindicalistas, organizaciones sociales, etc..) como la única culpable de las desgracias de millones. Generalizando, el discurso oficial remarca que en ella son todos corruptos/as que frenaron e intentan frenar la iniciativa privada y las posibilidades de crecimiento personal. Solo quieren volver al poder para “currar” y, de lograrlo, volverían a distribuir dádivas (de “la tuya”) a quienes “no se lo merecen”. Entonces, ¿si es la tan odiada “casta” política la que denuncia las miserias del plan económico y si, además, literalmente “no hay muertos” en las calles, por qué creerle a ella y no al presidente que vino a darles sus derechos como “ciudadanos de bien” que son?
Sin duda, esta conclusión es solo factible mediante falacias montadas en generalizaciones. Pero creer que la sociedad está constituida sobre una mayoría de ignorantes “absolutos” que siempre, y en todo, son manipulados/as y, por tanto, detener ahí el análisis, es tan simplista, burdo y falaz como las aseveraciones de Milei. Los diagnósticos políticos equivocados, son limitantes concretos al momento de decidir los mejores modos de enfrentar esta avanzada neoliberal caracterizada por ser, entre otras cosas, un verdadero sincericidio de la esencia del sistema. De un sistema que se reinventa de manera permanente para intentar resolver, al menos de momento, su contradicción estructural intrínseca.
En este texto, solo hemos intentado pensar algunas hipótesis acerca de ciertas tendencias del actual desarrollo capitalista y su relación estructural con movimientos políticos como el que gobierna nuestro país. Seguramente, hay mucho para discutir y disentir de las afirmaciones realizadas. Es más que probable, que el futuro devenga en situaciones diferentes a las aquí planteadas. De hecho, pueden señalarse tendencias, pero la dinámica de las relaciones sociales, en ocasiones, resulta en atajos y/o desvíos no pensados.
Aquello que creemos estar en condiciones de afirmar con mayor seguridad, es que para poder enfrentar con alguna chance de éxito la actual ofensiva del más rancio capitalismo, no basta esperar que “caiga por su propio peso”, ni hacer política de corto alcance rasgándose las vestiduras por las provocadoras, deshumanizantes y cínicas frases de Milei. El análisis y la praxis tienen la obligación de ser mucho más profundos. Más aún, cuando el “loco plebeyo” podría caer en desgracia (por ejemplo, frente a lo insostenible de la política cambiaria y un paralelo rebrote inflacionario) pero, una vez cumplido lo más inmediato de la “tarea sucia”, el modelo continúe expropiando salvajemente nuestro trabajo y nuestra existencia emocional. Eso sí, en esa supuesta segunda etapa, tal vez con otras/os protagonistas más “correctos” en las formas y sus discursos.
*Artículo escrito el 2 de septiembre de 2025. Enviado por el autor a NT como colaboración
** Rafael Bitrán es profesor y licenciado en Historia.