Romper el molde: mujeres en un mundo de relato masculino

POR ROSALES LUCIA & JUUL DÍAZ

Desde la Antigüedad, el deporte fue pensado como un espacio para construir y demostrar la masculinidad. En ese terreno, las mujeres estuvieron excluidas por siglos. Hoy, aún con logros y avances, las barreras siguen existiendo, sobre todo cuando se trata de ocupar espacios de visibilidad en el periodismo deportivo.

Cómo el deporte se construyó como territorio de poder masculino

Desde sus orígenes en la Grecia clásica, el deporte fue una institución profundamente atravesada por el patriarcado. Las competencias atléticas, como los Juegos Olímpicos antiguos, estaban reservadas a los varones ciudadanos. Las mujeres no solo tenían prohibido competir: ni siquiera podían asistir como espectadoras. ¿El motivo? No calificaban. Eran consideradas físicamente inferiores, débiles, destinadas exclusivamente a la maternidad y al cuidado doméstico.

Esa lógica no fue un error del pasado: formó parte de un orden social que naturalizó la superioridad masculina y limitó históricamente la participación femenina en el espacio público. El deporte moderno heredó esta tradición y con la masificación de la cobertura deportiva de los medios, no solo se replicaron esas desigualdades: se reforzaron. Las voces que analizaban, comentaban y narraban el deporte eran casi exclusivamente masculinas, y lo siguen siendo en gran parte.

La mujer quedó atravesada por una masculinidad que no se expresa sólo en quién habla, sino en cómo se habla. El tono, el enfoque técnico, la épica del esfuerzo individual, la obsesión por los resultados, forman parte de un estilo narrativo masculinizado, que deja poco espacio para otras sensibilidades. Las mujeres que intentan insertarse en ese ámbito muchas veces deben adaptarse a esos códigos o bien son relegadas a funciones accesorias: la columnista de color, la cronista de notas “humanas” o incluso la figura decorativa en sets televisivos.

“El deporte para la mujer siempre estuvo vetado”

Nancy Boyanovsky es pionera del fútbol femenino en Tucumán. Ex jugadora de San Martín, docente y dirigente deportiva, ha sido una de las impulsoras de la profesionalización y visibilización del fútbol femenino en la provincia. Consultada para esta nota, compartió una reflexión histórica y personal sobre los desafíos de las mujeres en el deporte.

“Para hablar de la mujer en el deporte tenemos que retrotraernos al pasado y recordar que estuvo vetada hasta aproximadamente 1900 para participar de algún tipo de juego olímpico. En la segunda edición de los Juegos Olímpicos, en París, hubo 22 mujeres que pudieron competir en cinco deportes, aunque su participación no fue oficial. recién en los Juegos de Ámsterdam, en 1928, la presencia femenina fue reconocida formalmente, y solo en atletismo. No pasó tanto tiempo desde entonces. En Argentina la incorporación fue todavía más lenta. La primera atleta de origen argentino fue Jeannette Campbell, que nació en Francia y participó en Berlín en 1936. Después vino Noemí Simonetto, en los Juegos de Londres 1948, donde ganó una medalla de plata. Nos llena de orgullo hablar de ellas, pero lo cierto es que durante mucho tiempo se pensaba que las mujeres no estaban capacitadas para ninguna actividad deportiva. El patriarcado sostenía que la mujer debía quedarse en el hogar y dedicarse exclusivamente a la reproducción. Ni siquiera podía formar parte de comisiones directivas o representar a una institución.”

Con el paso del tiempo, esa situación empezó a revertirse, pero el cambio fue lento y muchas veces desigual.

Hoy vemos que se abren espacios en las dirigencias, federaciones, asociaciones, comités olímpicos. Incluso hay mujeres dueñas de clubes o franquicias, y ex deportistas que se pasan al ámbito empresarial. Necesitamos esa mirada femenina, no solo para darle visibilidad a la mujer en el deporte, sino para transformarlo desde adentro.

Aunque celebra los avances, Nancy también advierte sobre las persistencias del machismo en ciertas disciplinas:

“Todavía hay deportes donde ese machismo está arraigado, aunque se intente disimular. Por ejemplo, la pelota paleta ha mejorado mucho gracias a la participación femenina y los logros en Juegos Panamericanos. El rugby tuvo un crecimiento, pero se estancó. El fútbol femenino creció desde los años ’90, pero todo lo que vino antes fue invisibilizado. Si no fuera por pioneras como Elba Selva, esa historia se habría perdido.”

Su experiencia personal también da cuenta de las tensiones entre la práctica deportiva y los espacios de decisión:

A mí me pasó que tuve que dejar de jugar al fútbol para dedicarme a la dirigencia, con el objetivo de abrir espacios para otras mujeres. Logramos organizar campeonatos interprovinciales, nacionales, recibir delegaciones internacionales… pero ese crecimiento se sostuvo hasta 2005, y desde entonces no ha logrado despegar del todo. Hay mucho por hacer todavía.

“El deporte ya es una conquista para la mujer, pero no una conquista cerrada. Seguimos en movimiento. Hay que seguir peleando cada espacio”, sentencia Nancy.

Exclusión estructural, más allá del fútbol

Aunque el fútbol es el terreno más visible, no es el único. En distintas disciplinas, yendo desde el automovilismo hasta el rugby, pasando por el boxeo, el tenis o incluso el ajedrez, las mujeres han sido sistemáticamente desplazadas o invisibilizadas. Y cuando logran destacarse, los medios tienden a resaltar aspectos personales, físicos o familiares antes que deportivos o técnicos.

La exclusión no siempre es explícita. Muchas veces se manifiesta en decisiones editoriales, criterios de selección de entrevistados, o simplemente en la falta de referentes femeninas en roles clave: relatoras, comentaristas, editoras, conductoras.

¿Se rompe el molde? 

En los últimos años surgieron propuestas que intentan cuestionar la forma tradicional de narrar el deporte. Desde transmisiones alternativas hasta coberturas con enfoque de género, distintas experiencias buscan ampliar las voces y los enfoques, poniendo en cuestión la idea de que el análisis deportivo debe ser exclusivamente técnico, duro y masculino.

Sin embargo, no todos los intentos de “renovación” escapan a las lógicas hegemónicas. Un ejemplo reciente es la propuesta del multimedio La Gaceta, que anunció el lanzamiento de su programa deportivo “Fuerte al medio” como una nueva manera de contar el deporte. Aunque el discurso busca posicionarse como fresco, diferente y plural, la imagen promocional publicada en la nota, y que anticipa quiénes estarán al frente del programa, está compuesta exclusivamente por varones.

Este tipo de contradicciones revela que muchas veces el cambio se anuncia desde el discurso, pero no se traduce en la práctica. La transformación real del periodismo deportivo no se logra solo con una estética renovada o un nuevo nombre: requiere incluir efectivamente otras voces, romper con el monopolio masculino y permitir que las mujeres narren el deporte desde su propia perspectiva, sin tener que ajustarse a los moldes previos.

Un campo en disputa: narrar desde otro lugar

Repensar la cobertura deportiva desde una mirada de género no implica eliminar lo masculino, sino desmontar su hegemonía. Significa reconocer que el deporte no es neutro, que la manera en que se lo narra contribuye a reforzar estereotipos o a desarmarlos.

Las mujeres en el periodismo deportivo no solo luchan por estar: luchan por cambiar el cómo. Y eso interpela no solo a los medios, sino también a las audiencias, a las redacciones, a las escuelas de periodismo y a toda una cultura que aún cree que “saber de fútbol” tiene nombre de varón.

En el mundo del deporte, cada partido tiene reglas. Pero también hay quien se atreve a cambiarlas. Las periodistas deportivas son, en muchos sentidos, jugadoras de una revolución que se narra —por fin— en voz propia.

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