POR HELAINE GANA
En Argentina, hay frases que no se tocan. Una de ellas es “Nunca Más”. No es un eslogan cualquiera. No nació en un comité de campaña ni en una oficina de marketing político. Nació del dolor, de la voz temblorosa de miles que dieron testimonio frente al horror. “Nunca Más” fue la sentencia que selló un pacto democrático: no más secuestros, no más torturas, no más desaparecidos. Fue justicia, memoria, verdad. Fue la promesa de que la democracia se construía con respeto a las heridas colectivas.
Hoy, ese símbolo está siendo profanado. El gobierno libertario lo usa como arma electoral: convierte el “Nunca Más” en “Kirchnerismo Nunca Más”. No es ingenioso, es cruel. Antes, ser negacionista era vergonzoso; ahora, se hace campaña con el negacionismo como bandera. Lo que era tabú se volvió moneda corriente. Y en ese giro sucio, se habilita lo indecible: burlarse del dolor ajeno, relativizar el genocidio, trivializar la memoria.
El “Nunca Más” es mucho más que dos palabras: es un signo cargado de memoria que condensa el dolor de miles y una promesa colectiva. Cuando el gobierno lo usa como eslogan electoral, quiere provocar un vaciamiento simbólico y semiótico: separar la frase de su historia y llenarla con un sentido perverso y ofensivo.
El resultado es doblemente repulsivo: se banaliza la memoria y se refuerza el odio. La frase que debía unir a los argentinos en torno a un pacto ético se transforma en herramienta de división y burla. Ese es el verdadero peligro del vaciamiento: no solo se roba un símbolo, se degrada el piso democrático que nos sostuvo durante años.
No se trata solo de palabras. Se trata de la decisión política de poner en lugares de poder a personas vinculadas a represores. Es un mensaje directo: quienes antes secuestraron, torturaron y desaparecieron, hoy tienen herederos sentados en las oficinas del poder. El “Nunca Más” convertido en chicana es apenas la superficie de un proyecto que no es solo económico, es cultural y simbólico.
Mientras escribo estas líneas, La Libertad Avanza realiza un acto de campaña en Tucumán, con la presencia de Karina Milei. Y esa coincidencia hace todavía más doloroso el vaciamiento del “Nunca Más”. Acá la banalización es mucho más profunda: nuestra provincia fue el laboratorio del Operativo Independencia, la antesala del genocidio que luego se extendió a todo el país. Y es también el lugar donde se encuentra el Pozo de Vargas, la fosa clandestina más grande de la Argentina, donde hasta hoy se siguen recuperando cuerpos de desaparecidos.
Frente a esto, surge una pregunta inevitable: ¿es causa de su ignorancia que esta campaña arranque en Tucumán o es una provocación deliberada? Tal vez elijan ignorar la historia del país que dicen gobernar para convertir la herida en escenario de marketing político.
La campaña de La Libertad Avanza los expone sin pudor: no hay propuestas, no hay políticas, no hay un modelo de país. Hay ataques, hay provocación, hay resentimiento convertido en marketing mal hecho. Es el reflejo de sus capacidades y de sus intenciones: no saben construir futuro y por eso recurren a destruir. La memoria argentina no es una estrategia electoral. Es el eco de miles de ausencias presentes en las mesas familiares.
¿Qué significa que el dolor colectivo se convierta en eslogan? Significa que algo se quebró. Significa que la herida, que nunca se cerró del todo, hoy es manoseada para que la casta mantenga su poder. El uso malintencionado de la frase no solo es un ataque hacia otros espacios políticos: ataca la dignidad de un país entero. Intentar usar el “Nunca Más” como burla no los enaltece; los convierte en una ofensa a la libertad argentina. Y frente a este intento de vaciamiento, la única respuesta posible es reafirmar: la memoria no se negocia.