Accesibilidad en la Facultad de Filosofía y Letras: el derecho y la realidad

POR MARÍA GUADALUPE BRANDAN & AGUSTINA MARÍA MAMANÍ RICCI

La accesibilidad es un derecho reconocido por la Ley Nacional N° 26.378, que aprueba la Convención sobre los Derechos de las Personas con Discapacidad. Allí se establece la obligación del Estado de garantizar que las personas con discapacidad puedan acceder, en igualdad de condiciones, a todos los niveles de educación. Sin embargo, en la práctica, muchas veces ese derecho se diluye entre trámites burocráticos y la falta de políticas institucionales sostenidas. 

En la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional de Tucumán, el tema empieza a cobrar visibilidad a partir de los reclamos y las experiencias personales de estudiantes que, como Romina Serrano, enfrentan diariamente los límites físicos y simbólicos de la inclusión.

Romina tiene 27 años, vive en Tafí Viejo y cursa el tercer año de la carrera de Ciencias de la Comunicación. Es activa, perseverante y comprometida con la defensa de los derechos de las personas con discapacidad. En redes sociales lleva adelante un proyecto de divulgación sobre accesibilidad e inclusión, donde combina su experiencia personal con una mirada crítica sobre las políticas públicas y los discursos sociales.

“La facultad está adaptada, pero falta mucho camino por recorrer”, cuenta Romina. “Hay aulas, como la de la biblioteca o las del primer piso, a las que solo se puede acceder por escaleras. Yo puedo subirlas, pero pienso en quienes no. ¿Cómo hacen para cursar? ¿Qué pasa si una persona en silla de ruedas quiere estudiar Comunicación?”.

Su pregunta no es menor. La Facultad de Filosofía y Letras, una de las más antiguas de la UNT, funciona en un edificio con infraestructura antigua, donde las reformas han sido parciales y esporádicas. Si bien se han incorporado rampas de acceso en algunos sectores, la ausencia de ascensores funcionales y de baños adaptados suficientes sigue siendo una problemática cotidiana.

Romina lo relata con ejemplos simples pero concretos: “Hay baños adaptados, pero en algunos los espejos están demasiado altos. Son cosas pequeñas, pero te hacen sentir que el espacio no está pensado para vos. Lo mismo pasa con la señalización, no hay carteles en braille, ni indicadores visuales o sonoros. Todo eso también es accesibilidad”.

Las limitaciones no siempre son visibles sino que se suman otras más sutiles como las barreras actitudinales y comunicacionales. En muchos casos, la falta de sensibilización y formación de docentes y no docentes genera que la discapacidad se trate como un tema excepcional o asistencial, cuando en realidad se trata de una cuestión de derechos.

Romina lo explica desde su experiencia cotidiana: “Mis compañeros siempre fueron muy empáticos, nunca me sentí discriminada, pero noto que hay mucho desconocimiento. A veces me dicen ‘discapacitada’ o ‘persona especial’, sin saber que lo correcto es ‘persona con discapacidad’. Falta educación y conciencia, no mala intención”.

El lenguaje, como vehículo del pensamiento, juega un rol central en la construcción de imaginarios. Hablar de discapacidad desde una perspectiva de derechos implica correrse del discurso médico o paternalista para reconocer a las personas con discapacidad como sujetos plenos, con autonomía y voz propia. “Yo no busco que me admiren ni que me tengan lástima. Solo quiero ser tratada como cualquier estudiante. Que cuando presentó un trabajo se valore lo técnico y no mi cuerpo. Eso es inclusión: que importe lo que hago, no cómo lo hago”, expresa Romina.

En la facultad existe la figura del cursado especial, un trámite administrativo que permite flexibilizar la asistencia o adaptar horarios para estudiantes con alguna condición particular. Sin embargo, su alcance es limitado y no sustituye la necesidad de un acompañamiento institucional real.

“Yo saqué el cursado especial por precaución, pero no hay seguimiento después. No hay tutorías, ni acompañamiento pedagógico ni una política sostenida. Es solo un papel”, afirma Romina. Esta situación se repite en muchas facultades del país. La accesibilidad universitaria depende, en gran parte, de la voluntad individual de docentes o autoridades, más que de políticas integrales. En algunos casos, las adaptaciones quedan libradas a la “buena predisposición” de los profesores, generando una desigualdad estructural.

“Si tengo que rendir en un aula inaccesible, tengo que pedir que me cambien de lugar. Pero eso implica exponerme, explicar, justificar. Es un desgaste que no debería existir”, explica Romina. “La universidad debería garantizar que todas las aulas sean accesibles para todos, sin tener que pedirlo”.

Aunque en los últimos años se realizaron algunas actividades institucionales relacionadas con la discapacidad, como charlas, jornadas o mesas panel, la difusión es escasa y muchas veces los propios estudiantes no se enteran. “Hace poco hubo una mesa sobre discapacidad y no me enteré. Eso muestra que todavía no hay una verdadera intención de incluirnos en la conversación”, comenta Romina.

La invisibilización también se manifiesta en el currículum académico. En la carrera de Ciencias de la Comunicación, por ejemplo, no existen materias que aborden específicamente la temática de la discapacidad desde la perspectiva comunicacional. Romina propone que el tema se incorpore de manera transversal: “No puede ser que hablemos de derechos, medios y representación, y nunca toquemos el tema discapacidad. Es parte de la sociedad, y la comunicación tiene mucho que aportar para cambiar esas  miradas”.

Frente a la falta de espacios institucionales, Romina encontró en las redes sociales un canal para difundir su mensaje. Desde su cuenta, comparte reflexiones, videos y experiencias sobre accesibilidad, diversidad funcional y vida cotidiana.

“Busco mostrar que existimos, que estudiamos, trabajamos y disfrutamos como cualquiera. Que no somos un ejemplo ni un obstáculo, somos parte de la sociedad. El cambio empieza cuando dejamos de ver la discapacidad como algo raro”.

En el perfil de “Hablemos de discapacidad” pública desde frases que invitan a reflexionar, “No quiero ser inspiración, quiero igualdad” hasta reclamo sobre las dificultades de viajar en colectivo o transitar espacios públicos.

El caso de Romina pone en evidencia que la accesibilidad no es sólo infraestructura, sino que requiere una transformación cultural profunda. Una universidad inclusiva no es solo aquella que tiene rampas o ascensores, sino la que promueve la igualdad de oportunidades, adapta contenidos, capacita a su personal y escucha las voces de sus estudiantes.

“Hay docentes que sí se interesan, que preguntan cómo pueden facilitar las cosas o si necesito algo. Esos gestos marcan la diferencia. Pero tendría que ser lo habitual, no la excepción”, sostiene Romina.

El desafío, entonces, es institucionalizar la inclusión y generar políticas que trascienden gestiones y personas, que garanticen la accesibilidad física, pedagógica y simbólica de manera integral.

Romina lo resume con una frase que logra expresar su lucha y su esperanza “La discapacidad se normaliza cuando se nos ve como una más, cuando importa lo que hacemos y no cómo llegamos a hacerlo”.

Su testimonio sirve como un contundente recordatorio de que debemos seguir construyendo un espacio de igualdad real, donde el derecho a estudiar y transitar la vida universitaria sea para todos.

Romina Serrano, es estudiante de la carrera de Ciencias de la Comunicación en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNT, donde actualmente cursa el tercer año. Lleva adelante la cuenta de Instagram “Hablemos de Discapacidad”, un espacio de activismo digital que combina humor, crítica y empatía a través de sus publicaciones.

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